miércoles, 7 de enero de 2009

El clásico: El hombre en el castillo, de Philip K. Dick




Este comentario de El hombre en el castillo lo redacté hace más de diez años, después de leer la novela por primera vez. Ahora, a punto de releerla he desenterrado las impresiones que me produjo allá por el año 1998. Debo avisar que se habla del desenlace, así que por favor, todo aquél que no haya leído la novela que se abstenga de continuar.

Como casi todas las novelas de Philip K. Dick, El hombre en el castillo (1962) trata sobre personas grises en una sociedad gris. Dick se caracteriza por desorientar a sus personajes hasta el punto de que dudan de la realidad que los rodea, mezclando y engarzando entre sí mundos imaginarios y reales. En este caso, el escritor nos sitúa en una sociedad en la que los alemanes y los japoneses han ganado la segunda guerra mundial. Alemania domina la costa del Atlántico y Japón la del Pacífico, dejando para el centro una proliferación de pequeños estados.
El hombre en el castillo es un ejemplo claro de ucronía, género literario cuyo rasgo más destacado es ubicar al lector en un marco histórico distinto del real. Normalmente este universo alterno es igual al nuestro hasta un punto concreto en el que comienza a divergir; como puede ser el hecho que los aliados pierdan la segunda guerra mundial o que Felipe II muera en un accidente de caza y Don Juan de Austria lo suceda en el trono español, como ocurre en la novela de Eduardo Vaquerizo Danza de tinieblas (2005). Otra ucronía francamente interesante es El sueño de hierro (The iron dream, 1972) de Norman Spinrad, donde se presenta un mundo alterno en el Adolf Hitler es un famoso ilustrador que incluso se atreve a escribir una novela de ciencia ficción, que no es otra que la que el lector tiene en sus manos.
En esta obra de Dick son dos libros los que constituyen las piedras angulares de la historia: el libro chino I Ching (que existe en realidad), utilizado por los protagonistas como oráculo y La langosta, escrito por Hawthorne Abendsen, que describe un mundo en el que el destino de la guerra es el contrario a la realidad de los protagonistas, coincidiendo con el nuestro: la victoria de los aliados y la derrota del eje. En la novela desfilan toda una serie de personajes que han intentado adaptarse lo mejor posible en la sociedad que les ha tocado vivir sin conseguirlo plenamente y que ven en el libro un motivo de esperanza y de cambio. Sin embargo los servicios secretos alemanes creen que el libro de Abendsen es subversivo y puede alimentar una rebelión.
La contraportada de La langosta explica que el autor vive en una auténtica fortaleza en lo alto de una montaña y allí es donde se dirige Juliana, uno de los protagonistas, a advertirle de que la GESTAPO pretende asesinarle. Sin embargo, lo encuentra celebrando una fiesta en una casa normal y corriente de la ciudad de Cheyenne. Abendsen le explica a Juliana que realmente escribió el libro siguiendo las indicaciones del oráculo paso a paso. Ésta le pregunta al I Ching por qué escribió precisamente ese libro. La respuesta que obtienen es bastante clara: porque es la verdad.
El hombre en el castillo significó el único premio Hugo en la carrera de Philip K. Dick. En mi opinión no es su mejor libro, ni siquiera el más polémico o poco convencional; pero a diferencia de otros de sus títulos, el final es lo bastante explícito como para que el lector llegue a hacerse una idea terminal de la narración. . La mayoría de las veces los designios de Dick son inescrutables, al menos para mí. En este caso el final es inusualmente esperanzador, pues al menos Juliana está en posesión de la verdad y sabe que el mundo real es mucho mejor que aquél en el que está atrapada. Lo que no se plantea es si tiene alguna posibilidad de despertar a la realidad utópica que muestra La langosta o cómo podría conseguirlo.

José Javier Bataller

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